me extendiste tu mano derecha,
puse sobre ella mi mano izquierda,
dejándolas así en reposo...
Observaste nuestras manos,
juntas, como compañeras serenas,
llegaron a mi tus pensamientos;
mirándome y sin palabras...
¿Lo ves? Y has dicho que me dejabas,
que no más tu mirada,
que no más tus anónimas palabras,
que no más tus clandestinos poemas...
Es cierto dije, y me sentí avergonzada;
no hizo falta nada más,
nuestras manos enlazadas,
sólo con ellas juntas bastaba...
Caminamos sin propósito ni rumbo;
todo era tan sencillo, tan real,
tan fácil, tan verdadero,
tan honesto, tan lo nuestro...
¿Pero... existe lo nuestro?
Unar Idycula
Atemporal
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